La del Vestido Verde


Hace unos días Don Arcenio, mi parecero de travesías en bicicleta, me llamó para invitarme a un concierto que su hija iba a ofrecer en el Hotel Daza de Paipa. 

Paipa es una ciudad pequeña en tamaño pero grande en actividad cultural, así que no es extraño que uno vaya a un evento y pase un rato agradable deleitándose con buena música en vivo. Lo que Don Arcenio no me dijo es que me estaba invitando a ser parte del proyecto de genialidad interpretativa de una soprano lírica de marca mundial, que coincidencialmente es su hija.

Elizabeth Patiño Castaño es una soprano excelente, pero eso no es lo que importa, porque de sopranos está lleno este mundo. Lo que sorprende es que, como toda su familia, la Maestra Patiño proviene del campo, y aunque estudió en Rusia y ha cantado en grandes escenarios, cuando la Maestra canta, los aires de su tierra soplan enchidos de autenticidad y elegancia. Esto no sólo pasa cuando canta bambucos y guabinas, sino también cuando canta a Edith Piaf o canciones del folclor ruso y latinoamericano. 

El repertorio de la Maestra comienza con carranga y termina con Mozart, pasando por guitarra, tiple, bandola, domra y orquesta, español, ruso, francés, alemán e italiano. A través de todo él se permea el espíritu de una cantante lírica que tiene sus pies bien puestos en sus raices. La Maestra Patiño es genial, estudiada, disciplinada y sencilla, como la niña que cogía a escondidas el tiple de su papá para componerle canciones a las vacas.

--Sumercé lo que tiene es un tesoro, --le dije a Don Arcenio al final del concierto de su hija. --Me voy con el corazón engrandecido. Gracias por invitarme--.

En medio de Shakiras y Malumas, o mejor, muy a pesar de ellos, háganse el favor de aprenderse este nombre: Elizabeth Patiño Castaño. Les aseguro que sonará a lo grande.

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