Pies

Ayer compré un pequeño libro de Reflexología en el que, en unas pocas páginas y por diez mil pesos, equipan al lector para realizar tratamientos podales básicos.

Me ha encantado aprender que los pies no solamente presentan una base potente de puntos reflejos con lo que podemos conectar cada una de las partes de nuestro cuerpo. También, mediante una observación detallada, nuestros pies nos dejan saber cómo estamos, de qué sufrimos y para donde vamos.

Según el aspecto de cada uno de nuestros dedos, sabemos por ejemplo si sufrimos de la circulación,  si tenemos problemas de visión o audición, si padecemos dolores de cabeza o inflamación en las articulaciones.

Las plantas por su parte contienen un mapa de nuestros órganos internos, que con el que podemos saber si tenemos afecciones del hígado, pulmones o vías digestivas, de acuerdo a las áreas en dónde manifestamos puntos sensibles.

Esta práctica maravillosa es un arte milenario de la China, India, y Egipto, pero también una ciencia contemporánea desarrollada y estudiada por los mejores médicos y fisioterapeutas del mundo.

No cabe duda que los pies tienen una relevancia que hace falta recuperar:

La Biblia misma da cuenta de ello. Allí la palabra pies aparece 250 veces, y no todas ellas refiriéndose al famoso pasaje del lavado de pies en la Ultima Cena.

Pies también es un eufemismo bíblico para los genitales masculinos: ellos nos dejan saber lo qué realmente le pidió Noemí a Rut cuando la mandó a destapar los pies de Booz mientras él dormía. (Rut :4)

A los pies de Jaél cayó Héber el quenita (Jueces 5:27.) El Rey Azá perdió su prestigio, propiedades y poderío al contraer una enfermedad en los pies (Reyes15: 23.) Inspirado en Shakira, el Rey David subió al Monte de los Olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos (2 Samuel 15:30.)

En los textos sagrados hay un sinnúmero de pies encadenados, atrapados en redes, apartados del camino; pies firmes en sus sendas, pies con la ligereza de un venado, pies empapados, resbalados,  tropezados, pies que descienden  hasta la muerte, pies cuya cabeza no tiene derecho a decirles: No te necesito.

Grandes escritores han dedicado a sus pies mil alabanzas, como Neruda cuyo pie aún no sabía que era pie, y quería ser mariposa o manzana.  O Benedetti, que seguía en pie, por latido, por costumbre. O Beatríz Russo, cuya serpiente descalza, bailaba en la antesala de su cuerpo antes de morir en si.

Y entonces yo pregunto:

¿Y tus pies? ¿Cómo están? ¿Para dónde van?









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