Ahhh...Yoga....
Paseaba con mi esposa
dulcemente el otro día cuando de repente nos topamos con un pequeño estudio de
Yoga, llamado Namascar
Yoga Colombia, que sin muchas pretensiones ofrece un remanso de salud y auto
cuidado a todo tipo de personas.
Desde entonces me levanto muy temprano a encontrarme con Jose, el amable
gerente, profesor, barrendero y dueño del local, que a punta de estiramientos y
maromas me hace sentir cada mañana un tris más grande.
Jose no tiene ni mucho menos cara de Dalai Lama, y seguramente demorará
bastante para llegar al Nirvana. Sin embargo, ahí donde lo ven, no le hacen
falta ni pedigees yogísticos que lo acrediten, ni genialidad didáctica.
En medio de una sonrisa y sin fanfarria, él hace que hasta la persona menos
esperada pueda pararse de cabeza, partirse en dos, desplegarse como un
asterisco humano y retorcer todas las articulaciones del cuerpo en formas impensadas.
Y si eso les parece poco, Jose, que en una semana cumple dos años de haber
abierto su negocio, poco a poco ha convertido su enseñanza de yoga en actividad
comunitaria. No es sino ver cómo la gente que va disfruta el tintico mañanero
después de clase. Bajo su liderazgo, la gente organiza caminatas, fiestas y
ceremonias del Té, sin importar que nunca se hayan visto en antes.
La imagen más reciente del espíritu tan especial de este lugar, la tuve esta
mañana, cuando de un momento a otro Jose se encarretó poniéndome a hacer poses
imposibles, para tomarme fotos con las cuales yo luego pudiera pavonearme. (Para
la muestra la presente.)
No se diga más. En esta ciudad de caos, violencia y desarraigo, aún se
encuentran rincones de belleza fabricados --y hoy si cabe hacer caso omiso del
lenguaje incluyente-- por el hombre.
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