Genocidio

Hay una corriente de pensamiento que nos enseña que las comunidades indígenas vivieron en el pasado, y fueron exterminadas por los conquistadores por medio de un atroz genocidio.

Cuando crecemos con esa ideología, crecemos creyendo que indígenas ya no hay. Y tanto nos han convencido de la cosa, que no los vemos ni cuando se nos sientan al lado. Estamos convencidos de que los últimos vestigios indígenas, por ejemplo en nuestras tierras Latinoamericanas, somos nosotros los apellidados Velásquez, Pérez, o González Echavarria.

Y no es sino conmemorar el ahora llamado Encuentro de Dos Mundos, para enchir nuestro pecho con orgullo por nuestra diluída sangre indígena. Porque estamos convencidos de que los españoles nos conquistaron a todos, y se esfumaron, así nos llamemos Pedro, Pablo y María, en vez de Pachacutec, Ollanta o Atahualpa.

Pero no es sino que pasen las celebraciones Cristobalescas, para volver a nuestro habitual pensamiento de que los pocos vestigios de lo que en el pasado pudo llamarse un indígena, se encuentra en los llamados resguardos: esquinas valdías abandonadas al Mundo, excepto cuando las multinacionales encuentran en ellas petroleo, oro, y otras riquezas.

En aquellos resguardos podemos ver unos pocos indígenas tras una cerca, igual que llamas en Panaca, con el objetivo didáctico de tener una idea de cómo eran aquellos nobles nativos del pasado prehispánico.

Sin embargo, no es sino caminar un tris al Sur, y encontrarse en Perú kilómetros sin fin habitados por indígenas, donde el Español es quizas la tercera lengua, después del Quechua y el Aimara, y el Inglés sólo se utiliza para venderle bien caras sus artesanías a los gringos. (¡Y Bien hecho! ¡Que paguen!)

Mis ojos abiertos hoy ven más, y mi corazón, también abierto, hoy se llena aún de rabia y de dolor al ver que no nos percatamos de una realidad ineludible:

Los indígenas son nuestros mayores. Deberíamos quitarnos las sandalias al pisar sus territorios sagrados. Deberíamos pedirles perdon, por las atrocidades cometidas por nuestros antepasados. Deberíamos dejar de perpetuar el noble ancestro de Don Quijote y dejarlos en paz, de una vez por todas.

Tal vez entonces se salvaría la Tierra.


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