SPA-ciada

Si alguna vez pasan por Chicago, no se les vaya a ocurrir salir de ahí sin pasar un día en el King Spa. En la tradición milenaria de la cultura coreana, King Spa es el paraíso de la reconciliación con el cuerpo.

Por una módica tarifa de entrada, uno adquiere el derecho a empelotarse en público y tiene 24 horas para pasar por todo tipo de yacuzzis de diferentes temperaturas, de helado a hirviendo, salones de vapor y cuartos de masajes.

 Si uno decide regalarse un masaje o lo que llaman en inglés un body scubb, en la parte de atrás de la sala, sin cortinas ni nada,  unas coreanas muy profesionales lo reciben a uno en su elegante uniforme de cucos y brasier y le masajean sin escrupulo todo lo que uno tenga expuesto. Yo me regalé el combo de masaje y budy scrubb, y, además de salir como si estuviera caminando hacia las puertas del cielo, perdí como tres kilos de peso de toda la mugre y toxinas que me sacó mi masajista con sus dulces guantes de estropajo.

No hay nada sutil sobre estos masajes tradicionales: al ponerse a merced de la masajista, inmediatamente uno se convierte en una prenda de ropa vieja lavándose en el río. Sin saber cómo ni cuando, mi masajista me hizo voltear boca arriba, boca abajo, girar en círculos, lanzó mis extremidades en todas direcciones, me dió unos cuantos puñetazos liberadores, y hasta caminó sobre mi espalda antes de yo tener oportunidad o ganas de decirle algo.

Si después de eso uno quiere tener una experiencia menos húmeda, se baña de nuevo, se seca y recibe una batola elegante de dril para pasar a la zona unisex. Allí uno puede pasarse todo el tiempo que quiera saltando de un sauna de escencias a otro sin problema. Si uno llega a cansarse, ahí al ladito encuentra el sofacama más delicioso para echase una siesta. Si a uno le da hambre, a unos pasos está el resaurante con la más suculenta cocina coreana.

Yo no se de donde salió la idea de que la cultura oriental es recatada. Recatados nosotros y sobre todo NOSOTRAS, que llevamos milenios avergonzándonos de nuestros cuerpos. Después de varias horas de semejante disfrute, lo más difícil para mí fue aceptar la realidad de tener que volverme a poner ropa.

Quiero volver allí para dejar de sufrir la opresión que mi ropa ejerce sobre mi cuerpo, para siempre.

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