A Dos Días

A cuarenta y ocho horas de mi matrimonio, después de tres días de crisis por el excesivo stress, veinticuatro horas seguidas de interminable sueño, timbres insesantes de teléfono y puerta, un sin-numero de visitas inesperadas, cajas de pasabocas a lo largo y ancho de nuesta sala, despedidas de soltera a tempranas horas de la mañana, rezos y conjuros para que no llueva el sábado en la tarde, recepción de diversos visitantes que desde Medellín, hasta México y Boston han viajado kilómetros para no perderse el evento; orientación para la fotógrafa, la cantante, el que arregla las flores y el que trae el menaje. No es raro preguntarse si toda esta barahunda vale la pena.
Ya me decía hace poco una querida amiga: Adriana, acuérdate que tu vida es tu ministerio. Claro que vale la pena.

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